-Di que lo sientes.
-¿Decir qué?
-Has dicho muchas veces “acepta
tus errores” Ahora te pido, que tú aceptes los tuyos.
-Estás equivocada.
-No, no lo estoy… ¡Di que lo
sientes!-le grité.-
-¡Estás loca!-me gritó.- ¡No
tengo nada por lo cual pedir disculpas.-finalizó molesto.
La sangre hirvió por mis venas…
Mi cabeza comenzaba a palpitar… De coraje. Mi vista se comenzó a poner algo
nublada; los ojos me ardían en señal de que las lágrimas pronto comenzarían a
salir. Mis manos estaban hechas puños
hasta el grado de tener blanco los nudillos.
-No tienes… ¿Por lo cual pedir
disculpas?-mascullé entre dientes.
Me miró confundido.
-¿Qué?
-¿No tienes nada por lo que pedir
disculpas?-repetí.
Negó con la cabeza, inseguro. En
sus ojos podía ver un matiz de temor, incertidumbre y algo perfectamente
conocido en él: Orgullo.
Negué con la cabeza. Me limpie el
rostro con el dorso de las manos. El maquillaje se había corrido por completo…
Pero… No me iba a detener por un puto lápiz delineador de ojos. Ya no.
Nos quedamos en silencio. Yo mirándolo
ahora con mi deplorable rostro manchado. Y él mirándome con temor, confusión y
cautela. ¿Quién daría el primer paso? El pasillo estaba desierto. Otro punto a
mi favor, giró la cabeza varias veces para ver si podía encontrar a una pobre
alma en pena... Pero habíamos salido hace dos horas. Hace dos malditas horas le
estaba esperando, y él buscaba un milagro, una salvación.
-¿No hablarás?-pregunté cansada.
-No tengo nada que hablar.
-¡Con un carajo acéptalo!-le
grité.
Se sobresaltó un poco y
retrocedió. Golpeé los casilleros con mi puño izquierdo. Creo se sumieron un
poco, él me miró impactado y después confundido. Se quitó la mochila, la dejo tirada
en el suelo y se recargo en los casilleros.
-¿Qué demonios te pasa? ¿Por qué estás
tan molesta?
-¿Por qué?-pregunté.- ¿Aún tienes
el descaro de preguntar?
-Si, por que no lo sé.-contestó
confundido.
-Bien te lo diré…
Tomé airé y las lágrimas
invadieron mi rostro. Arqueo una ceja ahora molesto. Trague saliva y rogué al
cielo porque la voz fuera lo único que no me fallara. No me importaba no verlo.
-Hemos sido amigos… desde hace
mucho tiempo…-inicie.- Siempre estuve a tu disposición, te fui fiel, hice todo
lo que pude por ti…-decía con un nudo en la garganta.-… Te procuraba, te
prestaba atención, te cuidaba, te quería, te esperaba, me preocupaba por ti; te
hacía reír… ¡Hacía muchas cosas por ti!-grité.- Y ahora… ¿Qué recibo a cambio?
Actitudes cortantes de tu parte, palabras irónicas, sarcasmos hirientes;
miradas indescriptibles y fastidiadas, uno que otro comentario hiriente. Ni un
puto gracias me das. ¿Qué te pasa? ¿Qué fue lo que te eh hecho? Dímelo en la
cara… ¿No habíamos dicho que ser sinceros ante todo? ¡Te estoy pidiendo
sinceridad!
Respiró hondo y soltó el aire…
Fastidiado. Algo más que me cabreaba. Se estiro un poco y me miró. Hablé antes
de que él lo hiciera:
-No te estoy pidiendo…-decía
llorando.- Qué me des toda tu atención. No. Solo estoy pidiendo lo que merezco…
Un amigo. Y tú te has dejado de comportar como tal desde hace mucho, mucho
tiempo. ¿Qué es lo que pasa?
-Estás confundida…-dijo
divertido.- Yo no te he hecho ese tipo de cosas “malas”-dijo haciendo comillas
en el aire.- No estoy molesto contigo, ni nada por el estilo. Estoy bien, solo
estás mal interpretando.
-¿Mal interpretando?-le dije
ahora quitándome la mochila.- No soy idiota. Sé perfectamente que esas
actitudes solo las tienes conmigo. Eres una persona que es especial con los demás.
Lo sé. Por eso mismo, sé que tus actitudes de ahora no son las que tenías
conmigo antes. ¿Qué demonios te hice?
-Nada.-Respondió.- Nada, ya vámonos,
¿Quieres? Muero de hambre.
Tomó sus cosas y comenzó a bajar
las escaleras. Me quedé petrificada ahí. ¿Así de simple daba por terminada la
conversación? Así de simple… ¿Dejaba todo? ¿Era yo la idiota? Se detuvo unos
cuantos pasos y se giró a verme.
-Vienes ¿O qué?-dijo molesto.-
Tengo hambre.
-No… Aquí me quedaré...-murmuré.
-Como quieras…-se giró y siguió caminando.-
Y dices que yo soy el del problema.
Una vez lo perdí de vista, caí de
rodillas al suelo y comencé a llorar como nunca. Lloré como si de ello
dependiera mi vida. Lloré hasta que mi garganta se secó, hasta que los ojos se
me hincharon y hasta que el sol comenzaba a meterse para dar paso al crepúsculo
de ese día.
-No tiene caso…-murmuré.
Me limpie la cara. Tomé mi
mochila y la arrastre como si fuera un carrito de mandado, baje las escaleras
pensativa y aun moqueando.
¿Era yo la del problema?
¿Exageraba las cosas? ¿Mal interpretaba todo? Por qué… ¿Por qué me dolía tanto
ese tipo de desplantes? ¿Por qué no eran directos conmigo? Y es que a decir
verdad, él no era el único que era así conmigo. Tenía más conocidos… Más amigos si es que se les puede denominar
de esa forma; que me trataban igual que él. Jamás les pregunté por el porqué de
sus comportamientos tan déspotas e
hirientes conmigo, jamás pregunté –error mío.- Pero porque creía que solo se trataba
de configuraciones mías, creencias o simplemente pensaba que las personas a mi
alrededor tenían mal día.
Pero esto se repitió día, con
día.
Hasta que un momento el primero
en colmarme el plato fue él.
Mi amigo. Bueno… El que se hacía
llamar amigo.
Algunos días me hablaba, algunos
días no. Y creía que era normal, porque sé que todos en esta vida tenemos
buenos días y malos días. Pensé que era normal. Pero después su actitud hacía
mi fue volviéndose poco a poco menos fácil de tratar, cualquier cometario mío
le molestaba, no le hacía gracia o hacia como que no lo escuchaba. Lo dejé
pasar.
Y bueno, dejé pasa todas esas
situaciones y actitudes hacia mi persona, hasta el día de hoy. Hoy había
estallado y estaba molesta por todo lo que había hecho él. Y habíamos terminado
así: él yéndose sin mí, dejándome atrás sin importarle que era lo que tenía. Y yo… Bueno, arrastrando mi
mochila por los pasillos de la escuela buscando la salida.
Al salir del edificio el señor
intendente me pregunto si ya no había nadie más. Solo negué con la cabeza y
seguí mi camino; la noche ya estaba llegando y yo iba camino a casa. A unas
cuadras de mi hogar, saqué el móvil y le marqué.
Tuve que marcarle cinco veces y a
la sexta contestó.
-¿Ya se te bajaron los humos,
querida?-dijo riendo.
-No. Aún no.-contesté con seriedad.
-Oh vamos….dijo fastidiado.- ¡Ya supéralo!
-¿Cuándo vas a pedir perdón?
-¿Por qué?-preguntó confundido.- ¿Por
qué debería de pedirlo?
-Porque…-unas cuantas lágrimas cayeron
de mi rostro cansado.- Me has herido muchas veces; porque has traicionado la
confianza que te tuve… Porque cada uno de los sentimientos que tenía por ti,
los estropeaste con tus actitudes…
-Oye… Ya cálmate. El problema no
eres tú.
-¿Entonces? ¿Quién?
-…
-Así que…-dije con ironía.- ¿Yo
soy tu desquite? ¿Solo por tener nobles sentimientos hacía ti? ¿Por creer que
en verdad tú podrías ser un amigo? ¿O un hermano?
-N-No es lo que crees…-tartamudeo.-
Mira… Hable-
-Vete al infierno.
Y le colgué.
Regresé a casa llorando, con la moral baja, y muchos sentimientos encontrados. Mamá no preguntó qué era lo que tenía. Y se lo agradecí. Subí a mi habitación, cerré la puerta y me tumbe en la cama. No sé cómo lo enfrentaría el día de mañana. No sabía si seguiría hablándome o definitivamente nuestros lazos serían cortados.
Pero lo más probable, era que…
Sería lo mismo de siempre.
Ignorar que me hacía tener estas
emociones, y hacer como si nada pasaba.
Por parte mía, y por parte de él.
Un gran error.
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