Escondido tras las puertas de
aquel viejo y gastado ropero se tapaba la boca para tratar de no hacer el más
mínimo ruido. Lamentablemente; aquel viejo y gastado ropero tenía agujeros y
por medio de ellos podía ver lo que estaba sucediedo a su exterior.
¿Cómo fue que llegaron a ese
punto tan crítico?
Sabía de ante mano que su madre,
jamás fue una buena mujer. Bueno, una
buena madre; en general nunca fue un ser humano de su devoción; siempre fue
irresponsable, ingenua, despreocupada. Le gustaba la vida fácil; vivir
despreocupadamente sin importarle el mañana; vivir día con día, conforme a lo
que viniera sin preocuparse por lo que le sucediera a ella, o a su alrededor.
-¿Mamá?-susurró preocupado.
Solo se escucho un grito ahogado
seguido de muchos ruidos sordos. Aquel chico de tan solo siete años, se tapo la
boca y dejo que sus bellos y asustados ojos avellanas soltaran unas cuantas
lagrimas impregnadas de lo más horrible que el ser humano pudiera sentir:
Miedo. Sus pequeños orbes se movían hiperactivos tratando de buscar de entre
aquellos agujeros la figura materna que jamás estuvo acostumbrado a apreciar.
¿Quién se supone que era él? ¿O
era ella?
Porque lo poco que lograba ver el
chiquillo, solo eran dos cuerpos luchando; uno probablemente por su patética y
corta vida; mientras que el otro trataba de luchar por lo contrario: robarle su
vida. Y es en ese punto en donde el chico se preguntaba; ¿Por qué estaba
sucediendo esto? ¿Qué fue lo que hizo su despreocupada e irresponsable madre;
para que la estuvieran tratando de matar?
“Bum, Bum, Bum” hacía su corazón frenéticamente;
asustado se toco el pecho de tal forma que sus pequeñas, frías y sudadas manos pudieran
acallar aquellos gritos desesperados de su corazón. Siguió buscando con la
mirada rastro de su madre o de aquella otra persona que se encontraba en la
casa.
Silencio.
Fue lo único que pudo escuchar y
sentir. Silencio. Pero no era el típico silencio al que uno esta acostumbra;
no, aquel silencio era en especial pesado, atrayente y perturbador hasta cierto
punto. Inconscientemente comenzó a llorar y una vez más se tapo la boca para
evitar que de ella salieran gemidos o sonidos que pudieran llamar la atención y
hacer que su existencia peligrara.
Pasados unos minutos –y tras
haberse calmado- decidió que, debía de salir de aquel viejo ropero e ir a
investigar que fue lo que sucedió. Con temor y demasiada parsimonia el chico de
cabellos negros salió con sigilo y con cuidado de no hacer ruido camino por
aquella sucia y descuidada habitación, perteneciente a su madre.
Bueno, estaba seguro de una cosa:
lo que era la habitación de él, su madre y el baño estaba libres de peligro. Solo
le faltaba la cocina y la sala de estar. Con cuidado y respirando con
dificultad camino descalzo por aquel pasillo oscuro; siempre palpando con su
mano derecha la pared en busca de apoyo y conocimiento de por donde iba. Cuando
hubo llegado al final del corto –pero largo para él- pasillo, quedo pasmado al
ver que las luces estaba apagadas también.
-Diablos- murmuró.
Con cuidado dio tres pasos y encendió
el interruptor; iluminando la sala por completo.
Sus ojos tardaron en acoplarse a
la luminosidad y una vez hecho esto; juraba que moriría dé la impresión.
Una persona estaba sentada en uno
de los viejos sillones que tenían ahí; esta persona estaba sentada para ser
exactos en el sillón de una plaza, vestida con unas botas negras de militar,
pantalón negro de mezclilla y una sudadera negra también con gorro tapándole
esté la cabeza dejando solo al descubierto cabellos negros azabache y largos.
-¿Q-Quien eres?-tartamudeo aun
paralizado cerca de la pared.
-¿Importa?-refuto la persona con
una voz sumamente suave.
-C-Creo que si…
-No me creerías si te digo quien
soy.- refutó el invitado inesperado.
¿Qué tenía de malo saber quien
era él? ¿O ella? Trato de ver su rostro, pero entre más se esforzaba se daba
cuenta de que le era imposible distinguir alguna facción de su cuerpo, lo único
visible eran sus manos que; solo eran cubiertas sus palmas por unos guantes de
cuero. Su piel, se dijo a si mismo, era en extremo pálida. ¿Acaso estaba
enfermo?
-¿No tienes miedo?-susurro de
pronto sacando al chico de sus pensamientos.
-S-Si…-contesto. Después recordó por
qué estaba ahí.- ¿D-Donde esta mi mamá?
-¿La consideras tu madre?
-Yo…
-¿Crees que, a como se porta ella…
Puede ser llamada madre?
-Me dio la vida- contradijo el
infante.- Me dio la vida, vivo con ella bajo el mismo techo así qu…
-¿Al menos te brinda el amor y el
cariño que tanto has anhelado? ¿Acaso siente aquello que ves en películas?
¿Sientes su amor? ¿Su cariño? ¿Su comprensión?- dijo con voz dura.- Acaso…
¿Sientes que le importas?
Oh, había dado en el clavo, se
dijo a sí mismo el niño. Sabía donde estaba la llaga y estaba colocando el dedo
en la herida. Claro que no sentía nada de eso, es más no conocía el significado
de todas esas palabras ni de los sentimientos que veía en televisión o leía en
cuento y revistas.
Se quedo callado, afirmando todo
lo que aquel extraño le había dicho con su silencio. El extraño solo asintió con
la cabeza lentamente, el chico no comprendió esto y le miro con ojos vidriosos.
-¿Quién eres?-preguntó una vez
más.
-¿Quieres saber donde está tu
madre?
-No lo sé…-contesto en voz baja.
-Tu madre esta muerta.-soltó
repentinamente.
Al escuchar aquellas palabras
entro en un shock aunque, como había visto en muchas películas; no se sintió como
los protagonistas: aterrado, triste, solo; melancólico… desgarrado. Al
contrario, hasta cierto punto se sintió feliz.
-¿T-Tu la has matado?-pregunto
temiendo la respuesta.
-Si.
-¿Por qué?
-Porque era mi trabajo.
-¿Ella te debía algo? ¿Hizo algo
malo?
-No y Si.
-¿Me vas a matar?
-No.
-¿Por qué?
-No es mi trabajo...-dijo poniéndose
de pie.-…Aun…
El chico miro la silueta y distinguió
que era muy alta y esbelta, y por la complexión de la misma podía asegurar que
era un hombre. Observo con cuidado con aquel hombre caminaba tranquilamente por
la sala para llegar a la cocina, y en la barra dejo una manzana roja.
-Es hora de irme.
-¿Quién eres?
-Trata de vivir tu ida de ahora
en adelante niño.-dijo ignorando su pregunta.- Qué puede pronto nos veamos.
-Gracias.-murmuro el niño con lágrimas.
-¿Por qué?-pregunto confundido él.
-Por haberme librado de
esto.-confeso.- no soportaba esta vida que tenía con ella, si es que se le
puede llamar vida.
-Ah…-no sabía que más decir.
Aquella silueta camino fuera de
la cocina y paso por un lado del
chiquillo, esté quedo pasmado al tener en sus fosas nasales el intenso olor a
incienso y flores. Aquel hombre abrío la puerta de la casa del chico, y antes
de salir se giro, dejando ver sus cabellos negros y jamás dejando ver su
misterioso rostro.
-Hey, niño…-le llamo.
-¿Mande?-levanto el rostro
empapado de lagrimas.
-¿De verdad quieres saber quien
soy?-pregunto en la puerta.
El niño solo asintió.
Pudo escuchar un ligero suspiro y
algo similar a una risa.
-Muchos me temen, otros tantos me
tienen respeto y unos cuantos más se hacen llamar “devotos fieles” Pero lo que
solo en realidad sé, es que soy el encargado de llevarme las almas de este
plano llamado Tierra…
-Perdona, pero… No entiendo.-
confeso apenado el niño.
-…Soy odiado por aquellos que no
quieren que acorte su vida; amado por otras tantos por librarles de un
sufrimiento pero que son ignorantes de los que les depara después de conocerme…-ignoro
una vez más al chico.- ¿Y como no temerme? Si soy yo el que les quita la vida.
No tengo un nombre, pero aquí en tu mundo, muchos me conocen con diferentes
apodos. Solo puedo decirte una palabra: Muerte.
-¿M-Muerte? –dijo con los ojos
abiertos.
-Si, Soy la Muerte.
Dicho esto aquella silueta
misteriosa camino fuera de la casa, cerrando tras sus espaldas la puerta de
aquel pequeño departamento. Dejando dentro a un muy confundido, asustado y
aliviado niño.
Cuando por fin pudo hacer
procesado la información, no creía lo que había vivido. Y como si hubiera
madurado de la noche a la mañana; dejando de ser un niño para convertirse en un
hombre, aquel chiquillo de ojos avellanas y cabellos negros, sonrió.
-Te estaré esperando.- Finalizo.